Se cumplen cien días del debut de Kylian Mbappé con el Madrid, un plazo razonable para valorar su rendimiento. Siempre antes de iniciar cualquier juicio hay que establecer el nivel de exigencia en el contexto que rodea el hecho enjuiciable. Y en este sentido, la exigencia sobre Mbappé ha de ser máxima. Por expectación, por dinero, por trascendencia mediática e incluso política, por el antecedente de su traición a Florentino Pérez…
Pues bien, es evidente que Mbappé está siendo un fracaso. Ocho goles, tres de ellos de penalti, y dos asistencias es su bagaje en números. En sensaciones es todavía peor. Si los madridistas prefieren engañarse, allá ellos, pero la realidad es que con Mbappé ha empeorado todo. Los resultados, Vinicius, Bellingham, Ancelotti…
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El equipo anda perdido buscándole sitio, cuando el problema tal vez no sea éste. De la calidad de Mbappé no voy a dudar, pero sí de su capacidad de liderazgo. Ni ha llevado al PSG a ganar la Champions, ni ha ganado el Balón de Oro y el Mundial que tenía que ser suyo, el de Qatar, fue el de Messi… El Madrid tenía que ser su lanzadera definitiva. El mejor equipo para el mejor futbolista, se decía. No está siendo así. Al contrario, es su pesadilla. No rinde, Francia le repudia y la selección se olvida de él… La presión de un gran club le supera, la ansiedad le delata. En estos cien días, lo que se ha demostrado es que no es un líder que pueda con todo y se eche al equipo a la espalda. Este es su auténtico problema. El suyo y el del Madrid.