El pasado mes de septiembre, Elena Irureta (Zumaia, 1955) era reconocida con el premio Zinemira, un galardón honorífico otorgado por el Festival de San Sebastián a la trayectoria de una personalidad, programa o institución destacada del cine vasco. Y sobraban razones para concedérselo, puesto que la actriz, guionista y directora guipuzcoana lleva la tira de tiempo ejerciendo de embajadora de su tierra natal y ha tenido que picar mucha piedra hasta convertirse en una de las profesionales más solicitadas del panorama nacional. Diplomada en la primera promoción de la hoy desaparecida Escuela de Arte Dramático Antzerti, en San Sebastián, sus inicios están vinculados al teatro y al nacimiento de ETB, la televisión pública vasca. Desde mediados de los ochenta se puso a las órdenes de cineastas como Juanma Bajo Ulloa, Daniel Calparsoro o Iciar Bollain, y en 2020 protagonizó Patria (2020), la serie de HBO basada en la novela homónima de Fernando Aramburu, por la que recibió el aplauso unánime de crítica y público. Ahora, aprovechando que está a punto de estrenar en cines ¿Quién es quién?, una comedia para todos los públicos de Martín Cuervo en la que todos los integrantes de una familia despiertan un día con el cuerpo intercambiado, charlamos con Irureta sobre su ayer y hoy.
¿Qué tipo de abuela es Fernanda, su personaje en esta nueva comedia?
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Fernanda es una mujer práctica. No diré que la suya es una familia desestructurada, pero sí que en ella cada uno va a su bola. Y ella se encuentra algo perdida ahí. A veces se olvidan de ella, y en otras ocasiones es ella la que se olvida de ciertas cosas.
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¿Usted tiene tanto genio como ella?
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Creo que no tengo genio. A pesar de que soy una persona nerviosa, me suelo llevar muy bien con la gente. Si alguna vez tengo que sacarlo lo hago, pero no diría que soy alguien con genio.
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Me consta que no tiene hijos ni nietos, pero sí un sobrino que comparte su amor por esta profesión. ¿Mantiene una relación especial con él?
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Tengo una relación especial con mis nueve sobrinos, y en particular con Telmo, porque se dedica a lo mismo que yo. Desde los ocho años decía que quería ser actor o cantante. Siempre estaba grabando cosas, escribía los guiones para sus peliculitas… Yo le seguía el rollo, sin imaginar que acabaría llegando donde ha llegado, más que nada por lo difícil que es de por sí dedicarse a esto, y más aún cuando se tienen las limitaciones de Telmo, que sufre parálisis cerebral desde que padeció una encefalitis a los dos años. Su discapacidad se sitúa en el 95% y, sin embargo, consigue todo lo que se propone. Después de estudiar Magisterio y Pedagogía, se matriculó en una escuela de teatro. Nada más terminar allí se puso a escribir sus propias historias y a hacer sus monólogos. Empezó a tener éxito, porque es muy provocador y divertido. Desde que acabó de estudiar no ha parado, porque él nunca está esperando a que le llamen, sino que siempre está escribiendo sus propias historias. Y el año pasado ganó el Goya al actor revelación. Cuentan mucho con él porque además de buen actor es buenísima persona. ¡Es la bomba!
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Tampoco le van mal las cosas a usted, que de un tiempo a esta parte no para de recibir ofertas. ¿Qué les da a los directores?
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Si te digo la verdad, no lo sé. Ya desde mis comienzos fui un poco como mi sobrino Telmo. Cuando una compañera y yo terminamos de estudiar arte dramático, las dos empezamos a escribir guiones, para nosotras mismas y para los demás, y a hacer nuestras propias obras de teatro. Cuando ETB empezó, nos llamaron de allí para escribir y protagonizar alguno de sus programas. Entonces pensamos que no teníamos nada que perder e hicimos uno que se llamaba Hau da A.U. Como funcionó muy bien, pudimos hacer algunos más. Luego rodé una serie, Bi eta bat, donde también estaban José Ramón Soroiz y Ane Gabarain, que era muy divertida, tuvo varias temporadas y también funcionó bien. Algunos me dicen que ahora trabajo mucho, pero es que en realidad no he parado de trabajar desde que empecé.
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Y tampoco ha sido de esas intérpretes que se quedan en casa esperando a que alguien las llame.
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No, no. A mi compañera y a mí nos gustaba esto y nos queríamos dedicar a ello. Como no contábamos con que alguien nos llamara, nos pusimos a crear nuestras propias historias para representarlas por ahí. Lo hacíamos todo: escribíamos los textos, montábamos el camión, lo descargábamos, montábamos la escenografía, interpretábamos las obras… Al final lo de menos era casi la hora y media de función, porque en realidad pasabas otras quince horas haciendo todo lo demás. Pero aquello era superdivertido. Hoy en día no lo haría, claro, pero entonces éramos jóvenes y teníamos ganas e ilusión.
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La ilusión ya no es la misma, es otra. Estoy mucho más tranquila. Antes me lo pasaba tan bien que pensaba ‘esto no va a durar toda la vida, debería tener un plan B’. Por eso abrí una casa rural […] Hace dos o tres años que jubilee me
¿Y sigue manteniendo ese mismo nivel de ilusión por lo que hace?
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La ilusión ya no es la misma, es otra. Digamos que ahora estoy mucho más tranquila. Antes me lo pasaba tan bien que a veces pensaba ‘esto no me va a durar toda la vida, así que debería tener un plan B’. Por eso en el año 2000 abrí en Zumaia una casa rural que ofrecía alojamiento y desayuno a turistas. Monté la casa que a mí me gustaría encontrar si llegara a un sitio. Es un caserío muy bonito y estuve ocupándome de aquello durante veintiún años. Hace dos o tres que me jubilé ya, aprovechando que el encargado también lo hacía y que yo sentía que ya había cumplido una etapa. Ahora sigo haciendo algunos trabajos que me salen como actriz, porque me encanta esto.
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¿Todavía reside en Zumaia?
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Sí, vivo en la misma casa. Antes pasé unos veinte años en Donosti, pero hoy estoy muy tranquila en Zumaia, que me parece un sitio estupendo. Allí tenemos la suficiente vidilla cultural. Cada semana ponen dos películas y luego, una vez al mes o así, también hay teatro. Lo último que se está montando llega siempre a Zumaia. Y acude mucho público, porque la gente de mi pueblo ha sido educada para ir al cine y al teatro. Es una gozada. Aunque es un pueblo de apenas diez mil habitantes, allí hay mucha vida. La verdad es que ya no volvería a una ciudad. En Madrid por ejemplo he pasado algunas temporadas. Una compañera y yo llegamos a comprar a medias un apartamento en esta ciudad, pero luego, cuando ella dejó de tener trabajo aquí y yo empecé a tener más trabajo en Euskadi, lo vendimos. En realidad siempre he estado yendo y viniendo.
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Volviendo a la película, la idea que Martín Cuervo plantea en ella, ese ‘intercambio de cuerpos’, permite hablar sobre el concepto de la empatía. ¿Diría que en España vamos sobrados de ella?
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No lo sé. En algunos casos, como es el tema de las donaciones, sí. Y lo vemos cuando pasan cosas como lo que ha ocurrido ahora en Valencia. Creo que los españoles somos gente muy solidaria.
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¿Y por qué cree que hay tanta crispación social hoy en día?
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R. Por los medios, que son los crean y fomentan eso, y por la clase política que tenemos, que machaca hasta conseguir que unos estén en una esquina y los otros, en la contraria. No se puede estar machacando todos los días. Llevamos tantos años así que acabas diciendo ‘¡Qué asco!’. Yo ya paso de la clase política. ¡No los aguanto! Todos pueden mentir a la gente una y otra vez, y aquí no dimite ni Dios. ¿Qué clase de política es esa? Entiendo que ellos no son muchas veces los que realmente tienen el poder, y que lo mismo no pueden hacer más de lo que hacen, pero escucharles es un asco. No aguanto a ninguno.
Cuando vi los ocho capítulos de ‘Patria’, sentí una gran congoja. Salí de la sala hecha polvo, pensando ‘¿cómo hemos podido vivir durante cuarenta años así, tragando una y otra, y otra, y otra?’. Es de locos”
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Quien no le provoca nada de rechazo es Ane Gabarain, su compañera en la serie sobre el drama vasco Patria. ¿Le daba miedo la reacción de la gente cuando aceptó hacer la serie?
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No. Pero cuando leí el libro de Fernando Aramburu sí vi cositas que me chirriaban un poco. Aunque luego hablé del tema con Aitor Gabilondo, creador de la serie, y lo entendí mejor. La verdad es que cuando vi los ocho capítulos de la serie, sentí una gran congoja. Salí de la sala hecha polvo, pensando ‘¿cómo hemos podido vivir durante cuarenta años así, tragando una y otra, y otra, y otra?’. Es de locos.
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Ese trabajo le valió algunas de las mejores críticas de su carrera. ¿Encaja bien las que no resultan tan positivas?
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Bueno, yo sé cómo trabajo. Te puede gustar o no cómo lo hago, pero es que a mí me pasa lo mismo con los demás. Hay grandísimos actores que a mí a veces me dejan fría. Nunca me ha sentado mal que me hagan una crítica mala, y tampoco me tomo muy en serio los halagos. De hecho a veces, cuando me sueltan uno, pienso ‘Algún día se darán cuenta de que no es ni mucho menos para tanto’. Pero al menos me permite seguir haciendo ese trabajo, lo que para mí supone el mayor éxito.