Mientras coloca unos cartones de leche subida a una escalera, Zahra sonríe nerviosa. “Aquí todo está bien, no hay ningún problema en este barrio”, afirma esta joven cajera libanesa entre titubeos. Ya ha conseguido limpiar el polvo instalado en los estantes, pero, a las puertas de su pequeño colmado, las partículas grises aún flotan en el ambiente. Frente a su comercio en el barrio mixto de Basta en Beirut, los escombros de un edificio residencial convertido en ruinas contradicen sus escuetas declaraciones. Zahra, como muchos otros, tiene miedo de hablar. La guerra de repente ha llegado a sus calles, ha arrasado sus casas, se ha llevado a su gente sin que ellos pudieran decir nada para evitarlo. Tres semanas después de la intensificación de la campaña de bombardeos israelíes sobre el Líbano, los aviones hebreos matan a cada vez más civiles con el objetivo encubierto de avivar las tensiones sectarias en el país.
“No sabemos quienes son, puede que uno de ellos sea de Hizbulá y eso nos pone a todos en riesgo”, confiesa a EL PERIÓDICO Elie Malouli, propietario de un edificio en el barrio cristiano beirutí de Mar Mikhael. Ellos son las decenas de miles de personas desplazadas que han llegado hasta la capital libanesa en las últimas semanas huyendo de la violencia en el sur y el este del Líbano. Allí es donde se concentraron al principio los violentos bombardeos israelíes que mataron a un millar de libaneses en apenas días. Pero, ahora, Israel no discrimina. Este mismo lunes, la ciudad norteña de Zgharta, a más de 164 kilómetros de la frontera, fue objetivo de la violencia hebrea. Al menos 18 personas murieron y cuatro resultaron heridas en un ataque aéreo israelí contra un edificio que estaba alojando a desplazados.
Sospechas hacia los desplazados
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A estas alturas, la mayoría de edificios en el Líbano está alojando a personas desplazadas. Unos 1,2 millones de libaneses, una sexta parte de la población, han abandonado sus casas en un país de apenas 10.542 kilómetros cuadrados. La gran mayoría han acudido en masa a Beirut, que ahora está desbordada. A algunos esa huida no les ha salvado la vida. Como a una familia de cinco miembros que, junto a otros tres que les estaban alojando, murieron el pasado jueves en el potente bombardeo contra un bloque residencial en Basta, delante del colmado de Zahra. “Yo solo quiero tener una vida normal, trabajar y volver a casa, trabajar y volver a casa”, defiende Hani, un comerciante oriundo del céntrico barrio, a este diario. Su tienda, completamente a oscuras, está situada a apenas una decena de metros del lugar atacado. “No tenemos nada que ver con esta guerra, ¿por qué nos atacan?”, se pregunta.
El creciente número de muertes civiles de los últimos días tiene lugar en zonas alejadas de los tradicionales bastiones de Hizbulá. Tanto en el interior de Beirut como en el centro y el norte del Líbano la sangre ya corre. Esta intensificación de la violencia coincide con las amenazas lanzadas por el primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, la semana pasada. “Cristianos, drusos, musulmanes, suníes y chiíes, todos ustedes están sufriendo debido a la inútil guerra de Hizbulá en Israel”, apeló al ya de por sí dividido pueblo libanés. “Ustedes tienen la oportunidad de salvar al Líbano antes de que caiga en el abismo de una larga guerra que traerá destrucción y sufrimiento similar a lo que vemos en Gaza”, concluyó. Sus palabras coinciden con unas acciones que parecen parte de una estrategia para dividir a la población libanesa y avivar la siempre frágil tensión sectaria.
Alambres de espino y vallas
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Un simple paseo por Beirut pone de manifiesto que la solidaridad entre los libaneses se ha agotado rápido. En los barrios cristianos, los caseros directamente se niegan a alquilar sus apartamentos vacíos a los desplazados venidos de los suburbios sureños de Beirut conocidos como Dahiyeh. Allí hace días que los bombardeos israelíes lo han convertido en un barrio fantasma. A su vez, los espacios públicos donde se habían acumulado estas personas debido al desbordamiento de los refugios ofrecidos por el Gobierno están siendo vallados. Un pequeño jardín en la céntrica plaza de los Mártires, en el que dormían a la intemperie los primeros días decenas de refugiados sirios y trabajadores migrantes venidos de Dahiyeh, ahora está rodeado por alambre de espino, igual que los alrededores de la mezquita Mohamed al Amin.
Con estas intenciones, Israel parece haber revivido la doctrina nacida en Beirut hace 18 años. Durante la guerra de 2006, Dahiyeh sirvió como cuartel general de Hizbulá y fue blanco de numerosos ataques por parte del Ejército israelí. Entonces, nació la doctrina Dahiyeh, la estrategia militar israelí que implica la destrucción de infraestructura civil para presionar a regímenes hostiles. En los 34 días de guerra, en una grave violación del derecho internacional, las fuerzas israelíes destruyeron o dañaron gravemente toda la infraestructura civil del país, incluidos su aeropuerto, reservas de agua, plantas de tratamiento de aguas residuales y de energía, estaciones de servicio, escuelas, centros de salud y hospitales, a la vez que unas 30.000 viviendas. Casi dos décadas después, esta violencia contra la infraestructura civil libanesa se repite en el intento de que la población se levante en contra de Hizbulá.
Acusado de sembrar la división interna
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Aunque hay pocas probabilidades de que esto ocurra, cada vez hay más temores de que se produzcan disturbios, ante la profundización de las penurias y la escasez de ayuda. El propio Ejército libanés ha acusado a Israel de sembrar la división interna, y ha instado a su pueblo en un comunicado a “defender la unidad nacional y abstenerse de participar en acciones que puedan poner en peligro la paz civil durante esta coyuntura precaria y crítica de la historia” del país. Además, los acontecimientos sobre el terreno del último mes han provocado que la población libanesa viva con una sensación de perpetua inseguridad colectiva y de desconfianza hacia lo desconocido. Cualquier extranjero es motivo de sospecha tras las infiltraciones de los servicios secretos israelíes en el supuestamente impenetrable corazón de Hizbulá.
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El pasado miércoles el Ejército libanés arrestó a dos sirios bajo sospecha de haber sido reclutados para trabajar para Israel. La semana anterior un periodista alemán fue deportado después de entrar en directo en un canal de televisión israelí desde Beirut. Cualquiera en el Líbano es sospechoso de confraternizar con el enemigo. Una mujer, cuya casa quedó destrozada tras el bombardeo israelí del jueves, confiesa estar harta de hablar con la prensa. “¿Qué queréis que os explique?”, reprocha a este diario. “Mirad a vuestro alrededor”, ordena sobre las ruinas del edificio residencial que solía ver desde su ventana. “Todo ha desaparecido, ya no hay nada, nosotros estamos bien, gracias a Dios, pero nuestros vecinos han muerto; ¿qué se supone que tenemos que hacer?”, afirma con la mirada perdida sobre el boquete que deja ver el interior de su hogar.
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