Marruecos, Argelia, Israel, Argentina, Venezuela, México. Seis frentes. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, heredó la cartera de una ministra, Arancha González Laya, que fue fulminada por una crisis diplomática con Rabat. El diplomático madrileño se estrenó en el cargo con la misión de solventarla. Desde entonces, y en solo tres años, ha tenido que navegar otros cinco choques en política exterior que han terminado con retiradas de embajadores, bloqueos comerciales y broncas políticas.
¿Qué está ocurriendo? ¿Son tiempos turbulentos en la escena internacional? ¿España hace apuestas políticas y arriesga? ¿Se gana algo a cambio de cada choque, por ejemplo la cercanía de los países árabes e islámicos tras el distanciamiento de Israel?
Ninguno de los cinco diplomáticos consultados (cuatro de ellos en ejercicio y de distintos perfiles ideológicos) recuerdan a otro ministro con tantas crisis abiertas al mismo tiempo. Coinciden en que la mayoría de los contenciosos le han venido impuestos desde fuera del Palacio de Viana, ya de otras capitales o de Moncloa. La peor gestión, concuerdan, la “retirada definitiva” de la embajadora en Argentina anunciada por Albares como represalia a las afrentas del presidente Javier Milei.
“No recuerdo otro momento así. La cuestión de fondo es que, no sé si de forma deliberada o no, se utiliza internamente la política exterior, y ese es un modelo no es aceptable”, argumenta uno de los diplomáticos senior consultados.
“Los choques diplomáticos no tienen por qué ser necesariamente malos. Es casi peor no tener problemas: significa que no eres nadie en la escena internacional”, opina otro. “Para los países es una forma de negociar: te causo un problema, renegociamos la relación”.
“Lo de México está bien hecho. Y la crisis con Venezuela o Israel no se las achaco a Albares”, apunta un tercer miembro de la carrera en ejercicio en Madrid. “La primera ha surgido de una gestión de Moncloa y José Luis Rodríguez Zapatero; en la segunda (la retirada de la embajadora de Israel en Madrid, las “reprimendas” a la jefa de misión en Tel Aviv y los insultos del ministro de Exteriores israelí, Israel Katz) fue derivada de la posición decidida por Pedro Sánchez de reconocer a Palestina”.
Reacciones diplomáticas justificadas
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El choque abierto más reciente es el de México, cuyo desenlace aún está por ver. España ha protestado formalmente por que se haya excluido al rey Felipe VI de la lista de invitados de la ceremonia de toma de posesión de la nueva presidenta, la izquierdista Claudia Sheinbaum. Ella y su predecesor, Andrés Manuel López Obrador, dicen que es una represalia por el hecho de que la Casa Real dejó sin responder siquiera una carta en la que exigían que Felipe VI se disculpara por los crímenes cometidos durante la conquista de América hace cinco siglos.
Los consultados concuerdan en que la decisión de España de no enviar representación y elevar el tono diplomático es la correcta. Y apuntan a que al movimiento del D.F. hay que darle una lectura interna. Se trata de un espantajo político para desviar la atención de los problemas internos del país. Pero preocupa que la decisión de México inspire a otros gobiernos a hacer lo propio, quizá a los de Bolivia o Colombia.
La crisis de Venezuela bajo la sombra de Zapatero
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Pocas veces se ha visto a Albares tan irritado como en la comparecencia ante los medios en Bruselas hace una semana. Respondía al Partido Popular, que pedía su dimisión y le acusaba de participar en un “golpe de Estado” por haber permitido a miembros de la cúpula chavista entrar en la residencia del embajador de España en Caracas para presionar a Edmundo González. Quien España ya reconoce como ganador de las elecciones “según los registros electorales disponibles” terminó asilado en Madrid.
“En este caso la intención era buena, pero deberían haberse explicado mejor e informar la oposición. No han gestionado bien las cosas: primero dijeron que no había habido negociación alguna. En política exterior, tan importante es la forma como el fondo”, asegura un ex alto cargo del Ministerio. El Gobierno asegura que dio instrucciones al jefe de misión, Ramón Santos, de no inmiscuirse. “En política exterior, casi nunca escoges entre una buena y una mala opción, sino la menos mala; y muchas veces no es obvio qué camino tomar”.
El “uso político” de la crisis con Argentina
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La oposición política, encabezada por el Partido Popular, ha hecho un uso intenso y extenso de la política exterior para desgastar al Ejecutivo: con Venezuela (acusan al Gobierno de colaborar en un “golpe de Estado”), con Marruecos y Argelia (apuntan a posibles intereses personales de Pedro Sánchez en su giro en el Sáhara Occidental), Israel (alegan que reconocer a Palestina sin otros miembros de la UE es un error), México (ven falta de contundencia diplomática por el desplante de no invitar al rey)… El caso más clamoroso, dicen, fue el de Argentina. ¿Por qué unas declaraciones contra el presidente Sánchez y su esposa terminan con la “retirada definitiva” de la embajadora, solo un escalón por debajo de la ruptura diplomática, y con Venezuela o Israel mantenemos la representación?
En ese caso están de acuerdo todos los diplomáticos consultados: el Gobierno hizo una lectura interna del choque diplomático.
“Argentina ha sido un grave error, para mí no había motivo para retirar a la embajadora. Hemos escalado demasiado la crisis. Albares exageró para hacer puntos ante Pedro Sánchez”, afirma un miembro de la carrera. Otro, que está de acuerdo en que “fue también un uso para hacer política contra Vox y el PP de Isabel Díaz Ayuso”, considera que la represalia diplomática estaba justificada: “Javier Milei, el jefe de Estado de otro país, vino a España a dar un mitin a favor de la oposición, sin reunirse con ninguna de las autoridades y encima se dedicó a criticar el país y al Gobierno”, dice el quinto diplomático con misión en el extranjero.
La rotura del “triángulo isósceles” en el Magreb
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Las decisiones diplomáticas “humanitarias” han causado más de un dolor de cabeza a la diplomacia española. A Edmundo González se le ha ofrecido asilo para evitar que el régimen de Nicolás Maduro le llevara a prisión, a sus 75 años. Arancha González Laya fue destituida después de que decidiera acoger en secreto al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, y Marruecos explotara de ira y permitiera intentar entrar a cerca de 10.000 marroquíes en un día en España por la frontera de Ceuta. “Puede que Albares tenga seis crisis. Pero Laya tuvo una que fue fulminante”, afirma un actual jefe de misión en el extranjero.
Albares llegó para enmendar la crisis con Marruecos, pero abrió otra con Argelia, que rompió el Tratado de Amistad con España e impuso un bloqueo comercial tras el reconocimiento de Sánchez del plan de Marruecos para el Sáhara Occidental. Se rompió el tradicional “triángulo isósceles” de la política exterior española hacia el Magreb; se acabó con el equilibrio.
“La política exterior no consiste en hacer proclamas, sino en encontrar espacios donde no los hay”, concluye una de las fuentes consultadas. “El grado óptimo de la política exterior se alcanza cuando ves venir las crisis. Y para adelantarse hace falta un equipo con experiencia en la región y con buen ojo para analizar”.
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En las elecciones bolivianas de 2005, uno de los candidatos era Evo Morales, que llevaba un programa que incluía la nacionalización del gas y del petróleo, lo que dañaba a empresas como Repsol. Su victoria no estaba ni mucho menos garantizada. Pero la diplomacia española apostó por su victoria, y decidió establecer una línea de contacto informal con el ultraizquierdista antes, por si acaso, relata un diplomático. Cuando efectivamente ganó, anunció la nacionalización. España consiguió frenar el proceso, abriendo un período de negociaciones de seis meses, que terminó con un acuerdo entre las petroleras y el país. Una anticipación que algunos miembros de la carrera echan de menos en las crisis diplomáticas actuales.