La Copa siempre genera debate. Presume de ser ilusionante, pero, según qué escenario, puede llegar a incomodar. Es el caso de los conjuntos que, sumergidos en una categoría donde los objetivos son caros de conseguir, prefieren centrar todos sus esfuerzos en lo que les da de comer. Tal vez, puede ser el caso de un Levante inmerso en la pelea del ascenso a Primera División, pero, por mucho que sepa cuál es tanto su prioridad como su ilusión, siempre transmitió que honrarían el torneo del KO hasta que el fútbol les apartase del trayecto. Sin embargo, el viaje de los de Julián Calero duró solo una parada. Subió al tren copero y bajó inmediatamente en la primera ronda ante un Pontevedra que le sacó los colores a los azulgranas. Fue una oportunidad no solo de recuperar sensaciones después de dos semanas y media sin competir, sino también para que los menos habituales opositasen a los puestos de la titularidad. No obstante, la derrota, debido a los goles de Héctor Fernández y Fontán, provoca cierta preocupación en el seno levantinista más allá de que el tropiezo sea independiente a lo verdaderamente importante.

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