Venimos de tiempos duros, de realidades difíciles de asumir para un club ganador como el Barcelona. Estas últimas temporadas han sido una muestra de fidelidad enorme para con el Barça. Decepción tras decepción, fracaso tras fracaso y pocas alegrías que llevarse a la boca, y con el colofón de la salida, triste salida de Messi del club. Me froto los ojos y me cuesta creer todo lo que está pasando y todo lo que estamos viviendo. Hace apenas unos meses, el Barcelona escenificaba la continuidad de Xavi. Presidente y entrenador decidían que siguiera esta temporada dirigiendo al Barça, a pesar de haber anunciado su adiós. Estamos a finales de abril. Pero las cosas siempre son susceptibles de empeorar y el final de temporada traumático acabó llevándose por delante a Xavi y su voluntad de ser entrenador esta temporada.
Y a partir de ahí se obró el milagro. El Real Madrid ficha a Mbappé y el equipo se desarma. Cae con estrépito en Europa y es vapuleado en su estadio por el grupo salvaje de jóvenes que ha armado el técnico alemán en torno a Lewandowski. Ni siquiera la goleada (4-0) ante Osasuna es balsámica. Pierde por lesión a tres jugadores de una tacada. Parece que todo le sale mal al equipo de Ancelotti. El Barcelona ficha a Flick y reconstruye un equipo altamente competitivo, que es la envidia del fútbol mundial en apenas un par de meses. Fútbol total, una apisonadora que vuela sobre el césped donde juega y ante el rival que sea. Basado, para mayor gloria, en la cantera y casi sin fichajes importantes, excepción hecha de Olmo. Revaloriza y saca el máximo rendimiento de todos y cada uno de sus jugadores que literalmente vuelan en el campo. No hay ni un incendio en el vestuario y todo son sonrisas y alegría.
El público ha vuelto al estadio, tiene ganas de que llegue el día del partido, sensación esta que se había perdido en los últimos años, tras la pandemia, hasta el punto de que a algunos hasta se les olvidaba el día que jugaba o la hora del partido del Barcelona. Empezaba a dejar de ser una prioridad. El barcelonista se vuelve a sentir muy vivo y competitivo. Además, está cada vez más próxima la vuelta al nuevo estadio que se vislumbra.
Se están sentando las bases de lo que puede ser un equipo armado por jóvenes de la cantera que pueden hacer historia o cuando menos devolver al Barcelona al sitio que le corresponde en la élite europea y mundial de la que se había alejado. Sustentados en un nuevo Mesías, un joven tan prometedor como en su día el argentino, un Lamine Yamal sobre el que construir un Barcelona ganador.
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Ahora mismo tampoco pedimos mucho más, que las cosas sigan así y que no se rompa el sueño actual. Miren por dónde, cuando menos se lo espera uno, vuelve la felicidad. Y eso que todavía no se ha ganado nada; pero el culé, ahora, es feliz.