Desde septiembre todo el mundo ha mirado a Francia, concretamente a Aviñón. La sociedad ha observado a Dominique Pelicot, intentando entender el por qué de esa mente perversa, pero en especial los actos que cometió: durante 10 años drogó y violó a su mujer, Gisèle Pelicot, para ofrecerla a otros hombres que conocía a través de internet. Esta mañana se conocerá la condena.
El resto de acusados, los hombres que acudieron a su domicilio y siguieron las indicaciones de Dominique –aparcar a una distancia prudencial, desnudarse fuera de la habitación y calentarse las manos para no despertar a Gisèle de su estado– se enfrentan a penas de entre 4 a 20 años, dependiendo de los hechos, su reconocimiento, sus antecedentes y la reinserción de cada uno de ellos. La policía de Carpentras llegó a identificar a más de 80 hombres en los más de 20.000 archivos que guardaba Dominique en sus dispositivos. Imágenes y vídeos perfectamente ordenados y titulados con el nombre de los agresores, la fecha y las veces que habían violado a Giséle.
La vergüenza cambia de bando
La mayoría de los acusados han señalado a Dominique, y no se han reconocido como culpables durante todo el proceso, incluso uno de ellos confesó que no se dio cuenta de que esta mujer de 73 años estaba dormida hasta “la tercera o cuarta vez” de sus encuentos. Sin embargo las imágenes les delatan: una Giséle inerte y roncando en algunos momentos. Cabe decir que difícilmente una persona que ha visto esas imágenes puede decir que esos actos eran consentidos.
En la sala Voltaire, lugar que ha sido testigo de cómo la vergüenza ha cambiado de bando, se ha vivido uno de los juicios más influyentes de los últimos años en Francia. El lugar también ha sido testigo de la aversión hacia las mujeres de un grueso de los acusados, que han dicho frases como: “Tengo odio hacia las mujeres”, “fue consentido porque su marido lo permitió” o “ella dio su consentimiento, aunque estaba dormida”.
Dispositivo de seguridad inédito
Aviñón lleva cuatro meses preparándose para este día. Más de 200 policías desplegados en los alrededores del Tribunal de Aviñón y los principales accesos al edificio cerrados para todo aquel que no disponga de acreditación, con el objetivo de evitar posibles incidentes durante la lectura de la sentencia. Frente al juzgado, se espera además una manifestación organizada por varias asociaciones feministas. “Una violación, es una violación”, se podía leer a la entrada del Tribunal.
En el interior, las autoridades han habilitado cuatro salas de visionado para que los familiares de los acusados y los más de 180 medios acreditados, 86 de ellos extranjeros, pudieran seguir el último día del juicio más esperado del año.
Proceso Mazan, un juicio histórico
Gisèle Pelicot supo casi desde el principio que algo extraño le sucedía. En 2012 empezó a tener pérdidas de memoria, a perder peso y cabello, y a sufrir enfermedades sexuales. Fue a su médico de confianza en compañía de su marido, y jamás hallaron la raíz del problema, aunque algunos especialistas insinuaron que podría tratarse de un principio de alzheimer. Lo que jamás nadie imaginó es que la causa de sus dolencias tenía otro nombre: Dominique Pelicot.
Las denuncias de tres mujeres, tras sorprender a Dominique grabándolas bajo las faldas en un supermercado, fueron la clave para que el juez de Carpentras pudiera examinar el teléfono de Dominique Pelicot, destapar “los años de barbarie” que sufrió Giséle e iniciar uno de los juicios más relevante sobre violencia contra las mujeres de Francia.
Ella se niega a ser tildada de icono en la lucha feminista, aunque ha reconocido en varias ocasiones que siempre se preguntó cuál era su verdadero propósito en esta vida, y “quizás sea este, luchar para que la ley reconozca a todas las víctimas, mujeres y hombres, de violencia sexual y sumisión química”, afirmó.
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Cuatro años de investigación y cuatro meses de juicio se cierran este jueves con una de las sentencias más importantes de los últimos años. Ella se retirará a “un lugar idílico” para descansar tras meses de lucha en los tribunales.