En Estados Unidos se ha hecho habitual que los grandes donantes de una campaña y otras figuras leales vean luego recompensado su apoyo con una embajada, una costumbre que puede desquiciar al cuerpo diplomático y que a menudo hace que se pongan en cuestión las cualificaciones de los escogidos. Donald Trump ha convertido estas designaciones también en un asunto de familia.

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