En uno de los últimos discursos del expresidente libanés Michel Aoun, el mandatario celebró la demarcación de las fronteras marítimas entre el Líbano y el estado vecino enemigo, Israel. El país de los cedros “tiene el derecho de considerar este acuerdo como un logro histórico”, dijo entonces, hace dos octubres, porque “el Líbano no ha concedido ni un kilómetro a Israel”. Ni el mismísimo Aoun, dos años después de su ausencia, se hubiera imaginado que esas mismas aguas que protegieron ahora estarían infestadas de buques de guerra israelíes. Hoy esos barcos disparan artillería contra el sur del Líbano. Mientras, los aviones bombardean todo el país, y los soldados pisan y ocupan tierra libanesa sin que nadie les detenga. Dos años sin presidente ni gobierno han dejado al Estado libanés perdido en combate.
Pobre, erosionado y anticuado. Y desde hace dos otoños, sin nadie al frente de la nave. “El Estado libanés está en muy mal estado“, lamenta Michael Young, editor senior en el Centro Malcolm H. Kerr Carnegie para Oriente Próximo en Beirut. “Hay poco dinero, el Estado está en quiebra, así que las instituciones estatales han ido decayendo y desintegrándose, provocando la erosión de la capacidad del estado y de sus administraciones”, explica a este diario. El 31 de octubre de 2022 expiró el mandato de Michel Aoun, el último presidente que ha tenido el Líbano. Desde entonces, los partidos políticos han sido incapaces de ponerse de acuerdo para elegir a un nuevo jefe de Estado. Según el sistema sectario que rige el Líbano, este tiene que ser un cristiano maronita. Antes de Aoun, el puesto también estuvo vacante dos años y medio.
Gobierno interino
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Cuando estalló la guerra en el Líbano el pasado 23 de septiembre, a raíz de la escalada de bombardeos israelíes sobre todo el territorio, la población civil se dio cuenta de que, del día a la mañana, era sumida en un conflicto en completa soledad. No había nadie a quién pedir explicaciones. No había instituciones que les pudieran ayudar. “Sin un presidente no hay una figura central en el Estado que pueda establecer cuál es la posición oficial del Líbano, porque, para ello, es necesario la firma de un presidente”, apunta Young. Pero no sólo es un jefe de Estado, un comandante en jefe del Ejército lo que necesita el Líbano. Al país de los cedros también le hace falta un gobierno. Desde las elecciones parlamentarias de mayo de 2022, los partidos políticos libaneses tampoco han sido capaces de formar un nuevo gabinete.
“El Gobierno está en funciones de interino; hasta ahora, eso no le ha impedido operar, pero no de una manera muy eficaz, ya que no puede adoptar nuevas medidas, al menos desde el punto de vista constitucional”, reconoce Young. Pero ahora, en plena guerra, el trabajo se multiplica. Desde que empezaron los enfrentamientos transfronterizos entre Israel y Hizbulá en octubre del año pasado, unas 100.000 personas de las aldeas fronterizas se vieron obligadas a abandonar sus casas. Durante todo este tiempo, no han recibido ninguna ayuda del Gobierno. Después de la escalada, que ya ha matado a más de 2.000 personas en todo el país, el Gabinete interino se ha encargado de activar un plan de emergencia nacional para una respuesta humanitaria conjunta con organizaciones de las Naciones Unidas y sus socios, y de abrir centenares de escuelas como refugio para los 1,2 millones de nuevos desplazados.
Otra víctima de la guerra
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Mientras Israel se ensaña con los servicios de rescate y emergencia que actúan en las zonas atacadas, se hace cada vez más palpable una realidad, y es que el frágil e impotente Estado libanés podría también caer víctima de esta guerra. A medida que se perpetúe el conflicto, menos influencia podrá tener la ya tambaleante administración. El primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, ha intentado incendiar las tensiones sectarias en el Líbano dirigiéndose a una población civil ya enfadada con el Hizbulá que les ha llevado a la guerra. Sus aliados, al otro lado del charco, también están haciendo su parte. “Los estadounidenses consideran que la única institución que funciona actualmente en el Líbano es el Parlamento, bajo el control de su presidente Nabih Berri, aliado de Hizbulá”, apunta Young.
“Hay este cálculo político basado en el deseo de eliminar la posición central que desempeñan Berri y el Parlamento para contrarrestar a Hizbulá a nivel político”, afirma el investigador. “Les gustaría eliminar el monopolio que tiene Nabih Berri sobre el sistema estatal, ya que, a día de hoy, el Parlamento es el principal responsable de la toma de decisiones en el Líbano”, dice Young. “Además, en las relaciones de Berri con el primer ministro Najib Mikati existe la percepción de que Berri tiene mucha influencia sobre Mikati y que es el primero quien toma las decisiones”, analiza este experto. La historia reciente ha demostrado que el gobierno libanés tiene poco a decidir sobre si su país sigue sometido a una guerra o no.
Candidatos a la presidencia
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Pese a los golpes que ha sufrido Hizbulá en las últimas semanas –incluido el asesinato de su líder durante los últimos 32 años, Hasán Nasrala–, el partido mantiene su poder político a través del bloqueo. Muchos de sus opositores, y también la Administración del presidente Joe Biden, consideran que ahora sería un buen momento, aprovechando su debilitamiento, para rodear el bloqueo impuesto a la elección de un presidente y escoger, por fin, a un jefe de Estado. Después de tener a su aliado Aoun en el cargo, Hizbulá ha defendido la candidatura de Suleiman Frangieh, socio del presidente sirio Bashar al Asad. La milicia chií luchó junto a sus tropas en los años más duros de la guerra civil siria. Washington, por su parte, respalda a Joseph Aoun, comandante de las fuerzas armadas, que representa la única institución nacional que conserva el respeto de la mayoría de los libaneses.
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“Hizbulá tiene su candidato y quiere que sea el presidente; si no es así, considerarían que los estadounidenses y los israelíes están imponiendo una elección propia y están sacando provecho de las pérdidas militares”, afirma Young. “Por eso, el comandante del Ejército se está cuidando mucho de no adoptar ninguna postura, ya que no quiere ser elegido sobre esta base, quiere que haya un consenso sobre esta candidatura”, concluye. La elección del presidente Bashir Gemayel en plena invasión israelí del Líbano en 1982 trae cierta esperanza para conseguir lo que los parlamentarios no han conseguido en dos años en tiempos de paz. Pero Gemayel fue asesinado semanas después de su nombramiento, un destino que nadie quiere para sí.