Mientras el Gobierno trata de taponar los distintos frentes judiciales que se le han ido abriendo -más allá del cierre de filas absoluto del PSOE con Pedro Sánchez que se vivió este fin de semana en Sevilla- y Alberto Núñez Feijóo agita la bandera de fin de ciclo -lo hizo en Valladolid este domingo rodeado de su comité de dirección- el Congreso de los Diputados volvió a poner en evidencia la realidad más incómoda para el PP la semana pasada: su aislamiento parlamentario y la convicción, al menos por ahora, de que mientras necesite a Vox, seguirá estando completamente aislado.
A pesar de las dificultades que el Ejecutivo tiene para mantener el apoyo de todos los socios de investidura al mismo tiempo -hay votaciones y ejemplos de sobra en este primer año- el pegamento entre ellos sigue siendo el rechazo a la ultraderecha de Santiago Abascal. Y aunque la conclusión no es nueva y en el PP la tienen muy presente, estos días las reflexiones entre varios diputados de peso se repetían en torno a los episodios que ha protagonizado el grupo parlamentario ultra. Primero, defendiendo la dictadura franquista en el pleno. Y, después, por boca de otro de sus diputados, al lanzar un comentario machista e inapropiado en pleno debate hacia una parlamentaria de Sumar: “¿Se ha tomado la pastilla?”, le preguntó después de una intervención.
Es cierto que la Comisión Europea recientemente elegida -con un comisario de Giorgia Meloni y otro recomendado por Víktor Orban que los socialdemócratas, también los españoles, acabaron asumiendo- ha cambiado en parte el escenario. Los populares consideran que no será tan fácil para Sánchez seguir hablando de cordón sanitario a la extrema derecha. Pero, al mismo tiempo, en el PP son conscientes del rechazo que provocan los postulados de Vox. Lo vivieron en sus propias carnes en la campaña del 23J con un discurso incendiario de Abascal sobre Cataluña.
Por eso la reflexión entre miembros de la dirección nacional y el grupo parlamentario se repetía la semana pasada: “Está claro es que nuestro único camino posible es seguir creciendo lo máximo solos. Intentar no depender de Vox o hacerlo lo mínimo. No queda otra vía”, decían, reconociendo que a pesar de la situación límite que vive Pedro Sánchez por días -las imputaciones dentro de su familia, la polémica del fiscal general del Estado, acrecentado ahora por el caso Lobato, y todas las derivadas de la trama Koldo y las declaraciones de Víctor de Aldama- los números siguen siendo los que son. Y el PP no los tiene.
Por eso mismo Feijóo respondió al portavoz del PNV, Aitor Esteban, que “no tenía prisa” por llegar al Gobierno porque no lo haría “de cualquier manera”. “Pregúntele a Junts”, insistió. Esta afirmación de que está dispuesto a esperar llega justo una semana después de haberse mostrado dispuesto a presentar una moción de censura si algún socio del Ejecutivo se sumaba a la creencia de que la situación actual es insostenible.
La realidad es que el líder del PP se quiso anticipar a Vox y a los dirigentes más duros de su formación. Pero también quiso dejar claro que no hay escaños suficientes y que, por tanto, la moción es inviable. No puede tener prisa porque en este momento solo es posible ir a elecciones generales si el presidente lo decide. Y ya ha dicho que no es su intención en absoluto.
Ante esta tozuda realidad para el PP, además de esperar, algunos dirigentes insisten en que deben seguir avanzando hacia un camino en el que no esté Vox. Entre los conservadores hay muchos cargos que consideran que nadie puede dudar de la oposición a Sánchez a pesar de que Abascal airea constantemente “los pactos que ambos mantienen”. Y que si el electorado más duro está en el radar del PP, lo que no pueden descuidar es el centro político. La realidad es que la pérdida de confianza entre los dos grandes partidos es absoluta y apenas hay interlocución.
Quizá la excepción más clara -y menos conocida- es la negociación que se produjo en la Moncloa hace unos días entre el ministro Félix Bolaños y el responsable económico del PP, Juan Bravo; además del portavoz, Miguel Tellado, para sacar adelante el segundo paquete de ayudas para la DANA. Allí sí hubo intercambio de papeles y propuestas compartidas. Un oasis en mitad de la gresca diaria. Y por eso la decepción del PP cuando en esta semana -con el nuevo paquete aprobado en Consejo de Ministros- no hubo ningún tipo de acercamiento. Feijóo también reprochó desde la tribuna al presidente que no haya recibido una llamada suya en mitad de la peor riada del siglo en España.
En todo caso, dentro del PP insisten en que el partido no debe ser cómplice de las “excentricidades” de Vox y de las posturas más radicales que los electores de centro derecha no pueden compartir ni entender. Y esta semana se produjeron dos casos concretos.
Primero, el diputado Manuel Mariscal (de Vox y que tiene 32 años) afirmó que mucha gente joven está aprendiendo a través de las redes sociales que la dictadura franquista “no fue tan oscura” como el Gobierno vende, sino “una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”. Tuvo que ser la presidenta de la Cámara, Francina Armengol, la que retirara dos días después esas palabras del diario de sesiones. Insistió en que no permitirá que se haga apología del franquismo en el Congreso.
Y el jueves otro diputado de Vox, Pedro Fernández, preguntaba fuera de micrófonos si la diputada de Sumar, Martina Velarde, “había tomado la pastilla”. Al reproche público de Gabriel Rufián y otros dirigentes se sumó el de la diputada popular María Jesús Moro, veterana en el grupo parlamentario, que dio su apoyo a Velarde: “A todas las mujeres. No vamos a tolerarlo”. La diputada morada respondía con un “gracias”.
Esa frase dio alas a buena parte del grupo parlamentario -dejando por un instante de lado el tono de oposición habitual- a pensar que ese es el camino que deben seguir emprendiendo. En el PP asumen que hay una parte del discurso compartido con Vox y que eso será inevitable. Pero muchos dirigentes consideran indispensable que en este tipo de situaciones marquen la diferencia y se separen por completo de los ultra.
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Los conservadores tienen grabado a fuego que perdieron la Moncloa por el miedo que le dio a muchos electores la idea de que Vox llegara al Gobierno. Y aunque en la dirección siguen insistiendo en que los partidos extremos pierden fuerza al llegar a las instituciones porque buena parte de lo prometido queda en papel mojado, hay dirigentes que siguen alertando de que estos episodios refuerzan ese miedo. “Es el ejemplo práctico de lo que nos lleva pasando todo este tiempo”, se quejaba otra diputada popular.