Estopa recibirá este lunes el premio Català de l’Any. Enhorabuena, caballeros.
Jose Muñoz: ¡Suena muy fuerte, Català de l’Any!
David Muñoz: Es una responsabilidad. No creemos que nosotros seamos los catalanes del año, aunque agradecemos muchísimo que EL PERIÓDICO haya pensado en nosotros. Sí, es un honor.
J. M.: El mismo honor que cuando nos dieron la Creu de Sant Jordi, que también dijimos “madre mía”. Te sobrepasa un poco, ¿no?
D. M.: Tenemos un poco de síndrome del impostor. Claro que es un honor. Nosotros nos sentimos catalanes, de arriba abajo, pero no podemos asumir que seamos los catalanes del año.
Son los segundos músicos en recibir esta distinción. El otro fue Serrat, en 2004.
D. M.: ¡Más difícil me lo pones! Serrat es la figura más importante de la música tanto en español como en catalán. Sus canciones son insuperables. Que nos premien como a él… No le llegamos ni a la suela de los zapatos a Serrat.
Un reconocimiento como este los pone en una posición de referentes de la sociedad civil. Lo que opinan tiene repercusión, la gente los escucha.
D. M.: Y nosotros no queremos ser referentes de nada. Dimitimos de referentes ahora mismo. Es una responsabilidad muy grande. Si quisiera serlo, sería político.
J. M.: A nosotros nos gusta mucho decir tonterías y burradas, y no nos gusta que la gente nos tome en serio.
D. M.: A veces dices algo, luego lo ves escrito y te asusta un poco, la verdad. No somos conscientes de que hoy en día haces una entrevista y lo que dices no se va a quedar ahí. Qué va, ahora trasciende a todos los diarios digitales y tal.
“Hay artistas que separan persona y personaje y nosotros intentamos no hacer ese desdoblamiento”
Se habla siempre de Estopa como dos tipos normalísimos a los que no ha subido la fama a la cabeza y que siguen siendo los mismos que antes de ser famosos. ¿Agobia un poco tener que estar siempre al nivel de eso?
D. M.: Mira, para que se vea que lo nuestro no es falsa modestia: las canciones que más nos gustan de la historia de la música, desde la antigua Grecia hasta ahora, ¡son las nuestras! ¡A humildad no nos gana nadie! Que quede por delante. Pero a mí me preocupa que nos den premios, que nos den esa responsabilidad. Yo muchas veces pienso que no debí salir de Cornellà.
J. M.: Hay artistas que separan persona y personaje, y nosotros intentamos no hacer ese desdoblamiento, ser los mismos todo el rato, encima y abajo del escenario, para lo bueno y para lo malo.
No les atrae ser personajes, iconos.
D. M.: Cansa mucho, hay que actuar, y los actores saben que eso cuesta mucho. Tienes que ponerte en situación, poner el cuerpo en tensión, saber quedar bien… Y nosotros no tenemos filtro. No pensamos lo que va a suponer lo que decimos. Siempre vamos de buena fe, eso sí. Pero prefiero seguir así: que el instinto nos proteja, hacer caso de él, y darnos la razón uno al otro indiscriminadamente. Si mi hermano dice una burrada, pues vamos a la burrada.
No son perfectos.
D. M.: Si tú pones “imperfecto” en el diccionario, salgo yo. Soy el colmo de la imperfección. Tengo tantos fallos que no sé por dónde empezar.
J. M.: Hay gente que con el éxito tiende a ir más de sobrada, con más ego: yo, yo, yo…
D. M.: Y que se cree los elogios. Yo les recomendaría la ‘Introducción del narcisismo’, de Freud.
En la gira de este año, los bloques de Sant Ildefons, proyectados en las pantallas, han saludado al público desde la primera canción. ¿El barrio marca para siempre?
D. M.: En todas nuestras giras hemos puesto bloques. No tenemos otro escenario. Cuando cantamos nos gusta estar en un entorno amigable, sentirnos en casa en un escenario que simule ser una calle, con la barra de un bar, unas cajas de cervezas… ¡Y la belleza de la arquitectura de Cornellà! Ese clasicismo feo.
J. M.: Que es el mismo en Cornellà que en Santa Coloma o en Vallecas.
“La única manera de salir adelante para la gente trabajadora es uniéndose y organizándose. No hay otra”
¿Han visto la película ‘El 47’?
D. M.: ¡No la hemos visto! Sí, los barrios han salido adelante gracias a las reivindicaciones de los vecinos y eso en Cornellà ha sido siempre así, desde la Transición. La única manera de salir adelante para la gente trabajadora es uniéndose y organizándose, no hay otra. Individualmente no se puede. La fuerza hace la unidad.
Desde los años 70 y 80, Sant Ildefons ha cambiado.
D. M.: Muchísimo. En nuestra época estaba lleno de descampados. La droga campaba a sus anchas, había ‘walking deads’ por todos lados. Íbamos por la calle esquivándolos. “Dame 100 pelas…, te registro y lo que caiga, para mí”. A veces te sacaban la navaja, salías corriendo o se lo dabas. Te quitaban la bici. Pero no te hacían nada más.
J. M.: Ellos eran la mejor publicidad que podíamos tener para decir “este no es el camino”.
D. M.: Esos descampados y esos yonquis han desaparecido. Ahora ves plazas, porterías de fútbol, canastas, muchos niños jugando en la calle.
J. M.: ¡Lo difícil es encontrar aparcamiento!
D. M.: Cuando llegaron los inmigrantes extremeños y andaluces, imagino que los nativos dirían: “Esta gente, qué ruidosa, todo el día tocando la guitarra en los bares…”. Tuvieron que acostumbrarse y sería un proceso largo, imagino, pero la gente que vino de otras zonas de España, como nuestros padres, se instaló y fue bien acogida. Se han acoplado unos a otros. Ahora le toca a otra inmigración, que viene de fuera del país, y que creo que está siguiendo su proceso de integración también.
No se puede decir que haya un perfil preciso de público de Estopa. Cuando se llena un Estadi Olímpic es que se accede a audiencias de muchos perfiles, orígenes y generaciones distintas.
D. M.: Nosotros no vamos dirigidos a nadie. Vamos dirigidos a nosotros, a gustarnos, a que cuando nos escuchemos pensemos: “Qué guay, qué bien, qué carne de gallina…”. Esa sensación que tienes cuando cantas y todo el mundo canta a la vez, 60.000 personas… La canción se te escapa. Como decía Serrat, ya pasa a formar parte de todos.
“Una hermandad es mucho más peligrosa que un grupo. Separados no valemos una mierda”
Estopa es, sobre todo, un dúo de hermanos. ¿Jamás les ha pasado por la cabeza a ninguno de los dos hacer algo por su cuenta, un proyecto en paralelo?
D. M.: No, no, no, no, no… No.
J. M.: Todas las entonaciones del no. Y no tomamos las decisiones de manera individual. Todo lo hablamos y lo debatimos.
D. M.: Cuando me proponen algo de trabajo, siempre digo: “Espérate, tengo que hablarlo con mi hermano”. Una hermandad es mucho más peligrosa que un grupo. Somos ‘armas humanas’. Separados no valemos una mierda.
Terminan un año 2024 que ha sido pura vorágine. ¿Habrá que volver a vivir de un modo más normal para que vuelvan a salir canciones?
D. M.: El año que viene seguramente algún festival caerá, pero pocos. Para quitarnos el gusanillo. Pero será el tiempo de componer, componer, componer… Estamos vacíos. Supongo que ahora tenemos que volver a tener la sensación de estar en casa, de aburrirnos, vivir las cosas del día a día, las cosas guays y los problemas.
J. M.: Y que te empiece a llamar la guitarra: “Aquí estoooy”.
[–>
D. M.: Yo la tengo ahí, en un reposa-guitarras, y cuando llego siempre la miro. El otro día la cogí, para desentumecer un poco los dedos. En casa me dijeron: “Hacía tiempo que no sonaba el tilín-tilín”. Pero volverá. La guitarra es nuestra fuente de sabiduría. Es lo que nos lleva a componer. La guitarra y los sueños.