La crisis del Espanyol a todas las escalas -institucional, deportiva y económica- es algo que viene de lejos. No es algo que haya estallado en Montilivi, a pesar de que terminó siendo la gota que colmó el vaso; es el producto de un sinfín de pésimas decisiones que han arrastrado a un club histórico a su pésima situación actual. La paciencia en Cornellà hace tiempo que se agotó mientras la afición se harta de pedir la cabeza de la propiedad como máximo culpable del desastre de la entidad.

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