En el juego de las singularidades, Castilla y León cuenta con dos bazas poderosas con las que marcarse un órdago: la dispersión territorial y el envejecimiento. Dos factores que, por separado, suponen un reto para la prestación de servicios, pero que unidos conforman un auténtico cóctel explosivo para unas arcas autonómicas que tienen los ingresos limitados por su depauperada población. En todos los sentidos. La comunidad tiene uno de los salarios medios más bajos de España, apenas supera los 2.000 euros brutos; ostenta la mayor edad media de todo el país, situada en 48 años; y lleva consigo el pírrico privilegio de ser la región más extensa de toda Europa. Si España es una masa de tierra de 505.000 kilómetros cuadrados, una quinta parte es esta porción del oeste dividida en nueve provincias que, solas, con sus propios recursos, son incapaces de asumir el bienestar de sus censos menguantes.

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